martes, 29 de abril de 2008

La vida después de la muerte para el Wayuu


Una tradición, un querer cultural ancestral

La vida después de la muerte para el Wayuu

Tomado de: El Informador

02/03/2008

Textos y fotos de Clímaco Rojas Atencio Redactor de EL INFORMADOR



El sacrificio de vacas y chivos, ollas humeantes de chicha, arepas en las parrillas, grandes cantidades de bollos y suficientes chinchorros colgados, así como la repartición de chirrinchi – licor – o whisky, para ser ofrecidos a quienes lleguen a su ranchería y acompañarlos en su duelo.

Son atenciones en la tierra que despejan el camino para que su pariente muerto ocupe un lugar privilegiado en Jepirra, santuario de los muertos ubicado en el Cabo de la Vela.

El
velorio, es para el pueblo Wayuu, el evento social más importante en donde la familia del difunta muestra su posición económica, que se denota en la cantidad de personas que van al velorio y las atenciones que se dan a quien los acompaña el dolor del adiós a un ser querido.

Por esta razón, los nativos se preocupan por criar y atender bien su rebaño, son celosos para sacrificar los animales ya que necesitan abundancia para cuando llegue el momento de utilizarlos.

En la Cultura Wayuu, la gente muere dos veces. La primera, cuando el cuerpo desaparece físicamente del alma y se libera, para seguir viviendo en Jepirra. La segunda, cuando se exhuman los restos y son colocados en un sitio definitivo y se hace un velorio como si hubiera muerto nuevamente.

En su dogma el Wayuu no puede dejar tan rápido al difunto, porque puede sentirse abandonado y su espíritu no podrá conseguir la paz, lo que podría generar una tragedia.

El alma vela por la salud, la prosperidad y el bienestar de los integrantes de su ascendencia. La exhumación se hace por requerimientos del alma de la persona muerta o de algún familiar fallecido, que se encuentra en Jepirra.

Primer velorio

Cuando muere un Wayuu, las comunidades se avisan entre si. Entonces, se prepara el viaje, las mujeres se encargan de recoger utensilios de cocina, llevan abundante agua, café y los chinchorros.

En cambio, los hombres alistan los animales como caballo y asno para emprender el desplazamiento, aunque hoy día, algunos se trasladan en vehículos.

El fallecido es velado en la vivienda de los familiares más cercanos o donde vivía, en donde se espera dos o tres días hasta que lleguen todos los familiares.

Cuando el visitante llega al velorio, es recibido por jefe del núcleo familiar del difunto, detrás de quien se encuentran sus hermanos menores, sobrinos y cuñados, comitiva que agradece la presencia en ese penoso momento.

Enseguida éste le asigna un lugar para que el recién llegado acampe con su familia, bien sea una enramada o simplemente un árbol. Dependiendo de su posición económica, así es la atención. Le entregan chivos vivos, chicha y abundante chirrinchi (licor criollo).

Las mujeres buscan leña y se arma el fogón. Inicialmente, hacen el tinto, los hombres matan el chivo y comienzan a realizar la primera comida, que en estos casos sirven hasta cuatro veces durante el día. El chivo, se hace en friche, guisado, asado y en sopa.

El indígena, cuando sale de su casa para un velorio, no sabe cuando regresa, claro, a ellos poco le interesa el tiempo. Existen algunos que duran hasta 45 días tomando, mientras tanto, la mujer que se las averigüe con sus hijos y vaya problema si le sucede algo.

Normalmente, los nativos realizan las nueve noches en su ranchería y el día siguiente el ritual se traslada al cementerio.

Las mujeres se tapan la cabeza y se apostan al lado y lado de la bóveda a requebrar y los hombres lo hacen de pie y más disimulado. Al rato se retiran y llegan otros más, así sucesivamente, pero el cadáver nunca queda solo.

Después de llorar se van a su chinchorro a conversar, tomar café o fumarse un tabaco y lamentar la muerte del difunto. Juegan dominó, cuentan chistes, narran los últimos acontecimientos, comen, beben, se van relacionando y haciendo amistad durante el tiempo que dura el velorio.

Cuando se van a marchar, se presenta un cuadro bastante denigrante. Algunos indígenas están demasiado tomados, se vuelven perniciosos y en ocasiones se presentan peleas.

Luego el visitante decide marcharse, el jefe del velorio ordena que se le de un obsequio dependiendo de su posición económica, es decir, si es rico se le dará un torete o una vaca, ron, a otros les entregaran uno o dos ovejas y los de menos recursos un pedazo de carne, chirrinchi, varios tabacos para que beban y fumen por el camino.

Si la persona es asesinada con arma de fuego, a los varones se les prohíbe mirar el cadáver, con el fin de que el espíritu del muerto no tome posesión carnal, y no lleve la misma suerte.

Las mujeres deben cargarlo, llorarlo y enterrarlo, el cual se hace en el menor tiempo posible, ya que se necesita estar en pie de lucha para vengar la muerte de su pariente. Además de otros rituales que le hacen antes de llevarlo a la tumba. Los familiares realizan disparos al aire para despedir al muerto de la tierra y en señal de pelea.

Al occiso le meten las medidas de estatura de los que se quedan en la tierra, para que el alma los proteja. En los orificios de las balas se colocan monedas, con el fin de que el asesino sea objeto de persecución, se sienta impaciente, pensando en cosas malas y así encuentre la muerte.

Los Wayuu
, regresan al cementerio al mes, a los seis meses y al año. Regularmente, desde los siete años de fallecido se manifiesta en sueños por intermedio de un familiar viviente, pidiendo que se le cambie la ropa o sacudan algo suyo, interpretado con un mandato para la exhumación.

Segundo
entierro

Diez, doce o quince años después que ha muerto un Wayuu, los familiares se reúnen para preparar el segundo entierro, cada núcleo aporta chivo, ganado o recurso económico para recibir a los invitados en el acto social.

Ese, es el momento que el alma requiere salir de Jepirra y emprender el viaje cósmico por el camino de los muertos. Este velorio dura 5 días dando oportunidad que las familias se reúnan y tomen decisiones importantes.

Para sacar los restos, las mujeres juegan un papel interesante, son las encargadas de sacar los restos. La asignada debe pertenecer al linaje maternal.

Se designa el día, se levantan en la madrugada, los familiares más allegados se trasladan al cementerio, allí un hombre cavará o romperá la bóveda para sacar la osamenta, la mujer elegida procede a quitarles los trapos y demás enseres que le colocaron cuando murió, para luego sacar primero la cabeza que envuelven en la sábana, luego extraen las demás partes y las van limpiando con mucho cuidado.

Son colocados en una vasija de barro de boca ancha, con una sábana blanca o en un osario, luego lo llevan para la casa y lo colocan en un chinchorro bajo una enramada para llevarlo como la primera vez.

Los invitados son atendidos mejor que cuando fue enterrado el difunto, debido a que esté es la última despedida, y desean guardar el grato recuerdo.

Al día siguiente, los restos son llevados nuevamente al cementerio a enterrarlo en un sitio diferente al de la primera vez y allí se queda para siempre.

Mitología Wayuu





Los primeros wayuu y sus clanes surgieron todos de Wotkasainru, una tierra en la Alta Guajira. Fue Maleiwa quien los fabricó. Eso es lo que dicen los ancianos.

Maleiwa hizo también los hierros para marcar cada clan y distinguirlos: uno para los Uliana, otro para los Jayaliyu, otro para los Uraliyú... Hizo uno para los Ipuana, otro para los Jusayú, otro para los Epieyú, otro para los Sapuana, otro para los Jinnú...

Luego Maleiwa repartió el ganado:

—Estos serán vuestros animales, dijo a los Wayuu. Puso entre sus manos cuchillos. Distribuyó machetes.

—Las armas serán para matar gente, esto para cortar y preparar el alimento de ustedes.

Les dio también una pala:

—Con esto trabajarán para su mujer, para su madre y para su suegra. Ustedes se ocuparan de los vivos desde su más tierna infancia. Su madre les criará. Acuérdense bien de lo que vengo de decir, dijo Maleiwa.

Entonces Maleiwa repartió a los Wayuu, como ahora se distribuyen las ovejas al salir del corral: uno por aquí, otro por allá... Condujo a cada uno a los que iba a ser su tierra, como se hace hoy con los pasajeros de un camión. Así es como puede decir hoy un wayú dónde nacieron los antepasados de su clan.

En sus orígenes, los pájaros también eran wayuu, pero se quedaron atrás
estúpidamente cuando el reparto entre los clanes. Entonces Maleiwa les retorció las piernas, y se las puso hacia atrás. Ahora están vinculados a nuestros clanes: el alcaraván pertenece al clan Sapuana, la perdiz al clan Wouliyú, la avispa al clan Siijuana...

Zamuro, un wayú muy presuntuoso, y de piel oscura, se precipitó detrás del rey zamuro, su abuelo. Se encontraron una vaca tendida en el suelo, muerta. Halcón-Caricare se unió a ellos.

Chi, Chi, Chi... delicioso, delicioso, decían, picoteando las tripas de la vaca por el ano y arrancándole los ojos.

—¿Qué estarán comiendo?, gritó Maleiwa disgustado.

—¡Así se quedarán! Dijo. Comerán carne cruda.

Ahora caricare es Ipuana. Zamuro es Arpushana, y rey zamuro es Epieyú...

Un día el perro, muy ebrio, se precipitó sobre una carne cruda, no despedazada. Ahora pertenece al clan Jayaliyú. La culebra picó y después chupó con la boca.

—Así seguirá, dijo Maleiwa. Hoy en día la culebra es Uraliyú. Maleiwa no dio cuchillo a ninguno de los animales. Solamente se lo dio a los que hoy son hombres"


Tomado de: Socorro Vásquez Cardozo - Hernán Darío Correa C. LOS WAYUU, ENTRE JUYA ("El que llueve"), MMA ("la tierra") Y EL DESARROLLO URBANO REGIONAL, GEOGRAFÍA HUMANA DE COLOMBIA. Nordeste Indígena. (Tomo II)